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Nunca imaginó que el paso del tiempo, fuera a reducirlo groseramente como una hoja seca de las que hay a montones por la avenida. Es extraño, pero todavía Marcos no se acostumbra a ver sus pupilas negras desde las sombras; desde un espejo que no le miente y le hace recordar que la enfermedad sin misericordia lo lleva de la mano hacia el polvo, porque sólo tiene 25 años y no hay nada que hacer.
Abre sus manos cada mañana y
susurra a las paredes palabras de aliento que tienten a seguir; pero es triste
contemplar su mirada, incluso en aquel recinto repleto de libros y discos
trovadorescos que se pierden por los rincones más posibles. Marcos, día tras día
se debate entre el pesar más azul y la desesperación más tenue, aunque la vida
continúa. Ya no importan las frases escritas en las paredes, ni los cuadros
de Ponce o Fabelo; tampoco la dedicatoria de Alicia, que aún mantiene una rosa
amarilla en el borde de la roída madera. Era tiempo pasado o perdido en una
memoria sin fin, sin puerto...
Cada mañana indaga nuevos detalles
sobre esta enfermedad, pregunta a desconocidos y no hay respuestas.-"
Marcos, ¿dónde andas?", se repite infinidad de veces. -"La vida se me
va conformando por una gran ausencia y no quiero". Lo escuché cada mañana, cuando tenía que
limpiar las habitaciones del hospital, sentía su miedo. Al parecer está a punto
de quebrarse cuando siento pasar las horas, cuando siento que la soledad ya no
puede desplazarse de aquella habitación blanca, donde su madre narró
infinidades de leyendas que resuenan aún por las paredes. Hace tiempo que no
viene a visitarle, no lo entiendo, pero la vida me ha enseñado que no hay que
condenar sin escuchar la realidad de todas las partes. Marcos nunca
entendió por qué le tuvo que pasar a él,
y frente a esto yo no tuve respuestas. Observo una foto descolorida de Marcos,
en la que aparecía de pequeño con una sonrisa borrosa, no por el tiempo pasado;
sino por la falta de dientes y las ganas de reír, por supuesto.
Al tiempo regresaría a mi hogar, a
mis costumbres familiares; pero claro nada volvería a ser como antes, años
perdidos en laberintos inconclusos, nuestra isla de Cuba seguía de un verde
insospechado. Con sus mismas callejuelas de piedras, sus antiguas casas
coloniales, sus tejados; pero algo diferenciaba. Marcos se veía en el espejo
como un hombre maduro a pesar de ser tan joven, una contradicción, y el hecho
de abandono no radicaba en el perdón de las cosas. Su madre de repente fue un
ser desconocido y nada pudo hacer.
Ahora pasan los días, sumergiéndole
en calores intensos por la fiebre, delirando el aroma de las hierbas amargas.
Perdiendo lo que pudiera florecer o recordar. Mientras los gestos a la
intemperie, conmovían el rostro más duro sin lograr detener lágrimas en la
tarde. La que se inclinaba al tedio y al cansancio de horas sostenidas en pie,
al acecho de síntomas que no acaban, no llegan al silencio...