Amparo Parra, carcajada que
salta de pronto y me deja contra el muro de aquella casa. Llega la
presentación, el olor, la risa y empieza a declamar poesía. Palabras que salen
del vientre o del alma pero que te dejan indefenso. Se crea un puente invisible
si descubro manchas de sus colores en mi camisa. Continúa sosegada declamando
poemas, sólo me queda implorarle que siga y es cuando llega la invocación de la
Habana, nuestra isla, sus ausencias, el deseo cautivo de los que ya no están,
el insomnio que transita hace meses por su piel. Vuelve la carcajada, silencios
y grafitis que asaltan las paredes. Amparo Parra, muchacha a la intemperie que
mira con esperanza hacia la ventana, sigue cortando los tomates y su voz
meciendo los sillones. Hablamos de la vida, el amor que se va por los
laberintos del camino, fórmulas para quebrantar la espera o el adiós. Quiere
seguirlo como una gata extraviada por los muros de Verges, lucha por llenar sus
silencios con maullidos que flotan por el agua, remueve sus cicatrices a mi
lado, desnuda y sutil, aunque decide florecer con las palabras. No hay
prejuicios si cualquier rincón es bueno.
Amparo Parra, mulata de
canela, ron cubano y hierba buena. Está decidida, vuelve a sus orígenes y me
siento feliz de estar a su lado.
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